viernes, 17 de agosto de 2007

El golpe bajo llave

Entrevistar a alguien nunca es fácil. Más aún sobre un tema tan delicado, como lo es, la vivencia del 11 de septiembre de 1973. Pero entrevistar a un familiar, un ser tan cercano y querido, es más difícil aún.
Al conocer de qué se trataba este trabajo, supe que mis padres quedaban descartados, por que no superaban los 9 años de edad ese día. Por esto, pensé en algún familiar con el que tuviera la confianza suficiente, como para preguntar sobre cómo vivió ese trágico día. Por fortuna, Olivia Susana Aguilera Celis, accedió a contarme cómo vivió aquel día.
Comenzar el relato no fue fácil, y sé que para Olivia tampoco lo fue ahondar en esos dolorosos recuerdos. Noté cierto nerviosismo mientras comenzaban a salir las palabras, más que de su boca, de su corazón, lleno de recuerdos que esa tarde, estuvo dispuesta a compartir conmigo.
Me dijo que en ese entonces trabajaba en el Hospital Psiquiátrico de Santiago y que entraba a las 8 de la mañana. Alrededor de las 7 horas, miraba la ciudad por la ventana del micro. El panorama no era alentador, se olía algo extraño. Se escuchaba el ruido de tanques desplazándose por los alrededores de la Alameda, de bocinazos y helicópteros.
Los rumores de un eventual Golpe de Estado, acrecentados con lo ocurrido en junio de ese mismo año en el llamado tanquezazo, hacían presagiar que nada bueno sucedería. “Me dieron ganas de devolverme… pero no me devolví….” me dijo.
Siguiendo con los recuerdos, Olivia me cuenta que al llegar al hospital les entregaron los turnos, todo muy “normal” hasta más o menos las 10 de la mañana, hora en la que por la radio, comenzaron a escuchar la información del avance de las Fuerzas Armadas, para tomarse por la fuerza el poder del país. Sin embargo, junto con algunas compañeras pensaron – y tenían la esperanza- que fuera un nuevo intento fallido como el tanquetazo del 29 de junio. Pero no fue así…
“Nadie puede salir ni entrar del Hospital” Esa fue la orden que les dieron. La desesperación de querer salir aumentaba con la prohibición de hacerlo. La incertidumbre de qué pasaría con cada una de las personas que se encontraban al interior del recinto hospitalario, se volvía insoportable mientras avanzaban los minutos. La explicación para no poder salir del hospital, era que se había decretado toque de queda, “si salen, les disparan, están matando gente en Mapocho”.
Le pregunte a Olivia que sintió y pensó en ese minuto, me dijo que “…la angustia que sentí era muy fuerte, lo primero que pensé en ese minuto fue en el Lucho (uno de sus hermanos), ¿donde estaría?, ¿como estaría?, ¿estaría vivo?, ¿y el resto de la familia?, la Jessica (su hija)…”
Esa noche no les permitieron salir del Hospital, tampoco la siguiente. En total, tres días encerrada en el hospital, sin saber nada de sus familiares y amigos, ni siquiera tenía un teléfono para comunicarse y decir que estaba viva.
El 11 de septiembre, es el día más doloroso de la historia reciente de nuestro país. También lo fue para Olivia y su familia, mi familia que evita hablar del tema, pero que mi tía, acepto hablar conmigo, contándome lo angustioso y dramático que significo para ella, escuchar por la radio, lo que sucedía, aumentado por el encierro del que era víctima.
Las primeras horas hubo cortes de luz. Olivia describe la situación como caótica y traumática. Los enfermos mentales crónicos, del sector donde ella trabajaba, no se daban cuenta de lo que ocurría, sin embargo, percibían que algo extraño sucedía.
La pregunta constante que rondaba la mente de las personas encerradas en el hospital, era ¿qué sería del país?, ¿qué sería de ellos, de su propia vida?, “¿Qué habrá pasado con el compañero Allende?”.
Y precisamente por Allende, es por quien continué preguntándole a Olivia. ¿Escucho ese día el discurso de despedida del presidente? “Sí, en la radio de una compañera, estábamos en una sala donde descansábamos. Nos estábamos tomando un café, cuando escuchamos sus palabras. Nos abrazamos, y lloramos por el…”.
El dolor y la angustia eran enormes, se repetían constantemente las preguntas sobre su futuro, la incertidumbre de no saber si saldrían vivas de ese hospital, si volverían a sus casas, si volverían a ver a su familia, si la familia estaba bien, si el país se recuperaría de un golpe tan grande, y la desesperación también aumentaba al igual que el llanto de pena, rabia e impotencia.
Durante el encierro, Olivia tuvo que compartir con personas que alababan el golpe militar, y que se sentían felices de que las Fuerzas Armadas se hubieran tomado el poder. “había un par de momias, que estaban contentas, mientras nosotras llorábamos”.
Luego del Golpe, el día 12 de septiembre, llegaron los militares a registrar el hospital. “Al otro día llegaron los milicos, y tuvimos que salir todos al patio, rapidito, al suelo boca abajo. Algunos compañeros, pudieron arrancar el mismo día once, a otros los hicimos pasar por pacientes psiquiátricos. Los milicos preguntaban por armas y algunos compañeros. Nos dio mucho miedo y angustia. Por suerte no se llevaron a nadie ese día”
Estar encerrado tres días con pacientes psiquiátricos, más la angustia por la situación, fue agotador para Olivia y las demás personas que se encontraban en el Hospital. Sin embargo, Olivia hace la salvedad que si le hubiera tocado estar con los enfermos psiquiátricos no crónicos, como los depresivos, hubiera sido mucho peor, ya que ellos sí captaban todo lo que pasaba, a diferencia de los otros pacientes, que si bien intuían algo por el ambiente tenso no sabían de qué se trataba.
El 14 de septiembre, pudieron salir del hospital. Olivia quiso corroborar con sus propios ojos lo que había ocurrido. Caminó por calle Olivos hasta Av. La paz, luego llego hasta la estación Mapocho, el rostro de Olivia denota mucha angustia y dolor cuando me dice lo que ahí vio. “Pasé por el río Mapocho, y se venían los cuerpos flotando en el agua”.
Siguió caminando hasta llegar a La Moneda. Dice que se le doblaron las piernas cuando la vio, sitió que se caía y miraba sin poder asimilar lo que pasaba. “cuando llegue a La Moneda, era impresionante lo que se veía. Se olían aún el fuego y la pólvora. Se veían manchas de sangre por las calles a pesar de la limpieza que habían tratado de hacer. La Moneda estaba custodiada por milicos, en realidad había más milicos que pacos. No había gente en las calles, y de pronto un milico se acerco hacia donde yo estaba parada mirando lo horrible del panorama. Sentí que me desmayaba, era como si me hubieran sacado algo. No se donde saque fuerzas, me di media vuelta, escupí y camine para salir de ahí.”
La ciudad estaba gris y oscura, había perdido la vida, y muchos conocidos también. Las cosas, frente a ese panorama van perdiendo el sentido. Olivia rezó mucho ese día y los que vinieron. Por mi tío, por sus otros hermanos detenidos, por su hija, sus sobrinos y toda la familia, por Allende y la gente del gobierno, y por tantos otros de los que nunca más supo. Afortunadamente – gracias a Dios como ella dice- en mi familia no lamentamos muertes.
Al ir terminando su relato, Olivia me dice que cuando murió “Perrochet”, sintió rabia, impotencia, angustia. “No era posible que él tuviera una muerte tan dulce, un hombre que hizo tanto daño y a tanta gente, no puede ser. Yo digo que si no pagó acá su castigo es que no descanse nunca, al menos hasta que se encuentre al último detenido desaparecido. Si los tiraron al mar, que por lo menos digan donde, para saber, aunque sea en que playa ir a tirar una flor y decir, acá esta mi familiar o amigo”
Actualmente, Olivia tiene dos hijas, y 5 nietos. Trabaja en el Hospital San José, donde jubilará en los próximos meses. No acostumbra hablar de lo que vivió en la dictadura, aunque por su puesto, los recuerdos vienen a veces sin que los llame. Agradezco su tiempo, y el que haya escarbado en sus recuerdos para contarme lo que vivió, para poder plasmarlo, o al menos intentarlo, en este papel, juntando estas letras, que aunque tratan de expresar lo que sintió ella cuando pasó todo lo relatado, o lo que percibí mientras me hablaba, no lograrán decirlo todo.
Lo cierto es que el 11 de septiembre de 1973, es difícil de olvidar por quienes lo vivieron. Olivia se pone nerviosa y se ve el dolor en su rostro al hablar del tema. Sin embargo, el olvido sería un triunfo para quienes realizaron toda clase de crímenes y abusos en esa época.