viernes, 7 de marzo de 2008

Lluvia maestra

Además de mis síntomas de la gripe que se vislumbraba, el día no se veía muy bueno. Muchas nubes y unas leves gotas anunciaban una jornada extraña, así que tuve que devolverme y tomar una chaqueta además de ponerme zapatillas y no chalas antes de irme a trabajar.

El día transcurrió como todos, muy normal, con bastante trabajo, pero termino muy diferente a lo que imagine.

Y no es que me haya pasado algo sobrenatural ni mucho menos, fue sólo la lluvia que hizo que mi tarde me entregara algo que había pedido hace un tiempo, no se por qué ni hace cuanto pero que había perdido.

No es primera vez que camino bajo la lluvia, pero el agua que hoy caía la sentí diferente, la olí diferente, la disfrute diferente, la viví, como hace mucho no me daba el tiempo para vivirla.

Debo haber sido la única persona que por esa hora caminaba con una sonrisa por las calles del centro de la ciudad, y es que disfrutar de caminar sola bajo la lluvia fue maravilloso. No es nada nuevo, nada original, pero creo que no había descubierto el placer de estar sola y encontrarme a mi misma… lo necesitaba y sin darme cuenta y sin quererlo lo conseguí.

No me importaban las miradas de la gente que por la hora del fin del trabajo caminaba apurada y con rostro de cansancio y rabia. Escuchaba reclamos por la lluvia, por el Transantiago, y otras, pero a mi nada me molestaba, yo caminaba más de lo habitual, disfrutando la lluvia que a esas alturas mojaba no sólo mi rostro sino toda mi ropa.

El olor de la lluvia, el ruido, el sabor, su textura, su color, todo, fue un contexto increíble. Me sentía como si fuera primera vez que caminaba bajo la lluvia, disfrutando cada paso que daba, cada gota que caía, cada charco que esquivaba.

Caminar, disfrutar y re descubrirme, creo que fue bueno. Lo necesitaba. Hace mucho.

Y pensaba en mí, en mis triunfos y mis fracasos, en mis penas y mis alegrías, en los planes, en las posibilidades, en mis ideales, en la gente que amo, y después dejaba de pensar y seguía disfrutando.

La simpleza de la lluvia, las nubes negras que se movían a una velocidad que jamás había visto, miraba el cielo asombrada como un niño que por primera vez prueba un chocolate, o como cuando una persona que no conoce el mar lo ve por primera vez y descubre su inmensidad.

La gente me miraba, era la única que caminaba lento disfrutando de la lluvia mientras todos corrían para no mojarse tanto, yo me deleitaba con las gotas de agua cayendo por mi chaqueta, y las que chocaban con mi cara, mi boca, mi nariz, los ojos, toda, entera, la lluvia y yo nos fundíamos, y en un minuto era la única transeúnte en un par de cuadras, mientras el ruido de la ciudad era aminorado por el ruido del agua caer en el asfalto.

Y así paso mucho rato, y cada vez me sentía mejor, más sensaciones, más emociones, más seguridad, más alegría, sentía como si con la lluvia se fuera lo que me atormentaba, tomaba decisiones, me convencía de las decisiones que he tomado, y por sobre todo me renovaba, sentía que cada gota de agua traía a mi más fuerzas para seguir adelante, con mis luchas, con mis proyectos, con mis seres amados, con mi vida…

Quizás la lluvia fue sólo la excusa perfecta para darme la fuerza de decir basta a lo que me esta dañando, y aunque he dicho basta muchas veces, esta vez me siento convencida de verdad, desde dentro de mi, y sobre de lo que necesito para estar bien y entregar lo que puedo para decir adelante. Quizás, pudo ser un día soleado, o una caminata por la playa, tal vez sólo estar tirada en mi cama escuchando buena música, no lo se.

Sólo tengo claro que me sentí más viva que nunca, disfrutando de lo simple, y adquiriendo más fuerza para continuar.

No necesite un retiro espiritual, no fui lejos a un lugar vacio para pensar, simplemente camine por las ajetreadas calles de Santiago, entre la gente estresada y cansada, entre los ruidos y contaminación, pero con la lluvia que me invitó a dar un paseo y a darme cuenta que sólo de mi depende.

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